miércoles, 30 de enero de 2013

Tres historias de domingo: NARCÓTICOS ANÓNIMOS

La Florida, detrás el Canciller (El Pueblo de LA)

En el centro de Los Angeles (Los Angelitos como dice una prima mía), hay una placita que recuerda al antiguo Pueblo de Los Angeles antes de formar parte de este país libre. Cuatro casas de 1800, un kiosco, una iglesia metodista y otra católica.

En una de las casas que estaba en una calle llena de mercadillos mexicanos con comida típica del país vecino, encontré un pequeño museo gratuito donde se enseña la casa más antigua de la ciudad hecha de adobe. Reconstruida por los millones de terremotos que hacen ‘bailar salsa’ a la ciudad, está decorada con objetos de época. Nada elegante. Una casucha de pueblo viejo de 1800 y poco.

Después de tragarme parte de un video explicativo sobre la historia de la urbe, recorrí la villa decimonónica con su patio y las cuatro habitaciones, como debe ser, en el sentido opuesto de la visita.

La chabola de la historia (GL-H)



Justo al final, que bien podría ser el inicio real, había un turista español hablando con un señor campechano hablando en castellano y una guía que enseñaba la exposición. La tipa me preguntó de dónde venía. Me comenzó a contar la historia de la casa en un español macarrónico con dejes de Galavisión. Seguramente ellos piensen que mi inglés es igual de malo que el de Antonio Banderas, pero con interpretaciones más creíbles.

A la conversación se unió el hombre sentado con gorrito, de unos 50 y varios años, bien cascados. Parecía del museo al estar sentado en una silla al lado de los donativos y hablando como si no pasara el tiempo.




Durante unos diez minutos, tuve una de las charlas más raras de mi vida. Estaba hablando sobre qué visitar con la tipa y el tipo a dos bandas. Ella me pasó un mapa de la ciudad y me señaló lo destacado, Mientras el otro, me incitaba a que fuera con ella de museos y que le invitara a comer (a las once de la mañana). Mientras entraban y salían visitante y hablaban con la guía.

Con el hombre estuve hablando un buen rato sobre la vida y la sociedad. En diferentes idiomas. Español, francés, italiano, inglés... Daba igual, saltábamos de una lengua a otra como unas ranas entre nenúfares. El tipo insistía delante de la muchacha que era una chica muy guapa (va a ser que no) y que flirteáramos. En el fondo yo lo que creo es que él quería cepillársela.

Entre la tontería la tipa sacó un sello para niños en el que nos condecoró la mano como historiadores junior de la ciudad de LA. Ya me habían dicho que el nivel educativo era bajo, pero por lo visto en lo que te tomas un perrito caliente te puedes volver historiador, abogado o taxidermista.

El hombre, que se había levantado por el sello, resultaba un pobre homeless. Un vagabundo con idiomas, para conocer los guetos de medio mundo. El hombre pidió que le pusiera un sello también en su calva frente al quitarse el gorrito.

Pasados un par de minutos, la tipa se fue a comer y me dió su tarjeta de visita, mientras yo me quedé con mi nuevo ‘amigo’. Mi amigo me contó que tenía que ir a una reunión de narcóticos anónimos y alcohol. Podía haber sido un buen momento para cumplir mi must de una reunión de adictos, no era el momento ni el lugar. Al rato me dijo que teníamos que hablar. Me olía a que me quería pedir dinero y me fui con la excusa barata que había quedado con un amigo. A la media hora me lo crucé al tipo en bici y me saludó. No me guardaba recor.


Fin de la segunda historia de domingo.

Historiador, mañana taxidermista

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