jueves, 13 de junio de 2013

El día que me volví Mormón en LA


Llevaba un rato esperando para ir a cenar en una terraza angelina en la zona de Westwood tomando una fresca y mal tirada (como siempre en este país) cerveza de trigo. Miraba pasar a la gente que iba y salía de unos típicos cines que hay allí, dónde suelen hacer grandes estrenos de la maquinaria de Hollywood.


Había quedado en diez minutos y sólamente me faltaba un sorbo para acabar mi consumición. Entonces llegó un hombre mayor se acercó con intensa opción de venderme algo. Llevaba traje claro y aparentaba unos 60 y pico años. Al empezar a hablarme ya veía que me quería vender algo. En un primer momento al principio me ofreció libro de historia de su vida. Su título era Un americano nacido en Irak.


Me explicaba que él era egipcio y cómo había vivido su llegada a América pasando por Europa, pues había estado en España, en Alemania y cómo había acabado teniendo una vida provechosa en la tierra del tío Sam. Empecé a ver que el libro tenía letra muy gorda, como para niños pequeños o miopes vagos. Al final del relato, había unas hojas nobles con unas fotos a color de carácter costumbrista. Según el vendedor de libro, me decía que era lo que más te gustaba la gente del libro. También fardaba de haber vendido 15.000 ejemplares de su obra maestra.


Por otro lado, no acababa de entender cuál era el mensaje del hombre que quería vender entonces le pregunté de qué religión era y me dijo que mormón. Qué ganas tenía yo de conocer un mormón desde hace varios años. Tanto leyendo en la Wikipedia, preguntando en chats mormones o viendo un par de temporadas de Big Love de la HBO. Era mi ocasión de oro para exprimir al máximo la sabiduría de un mormón de verdad.


Todos los días en el bus de la muerte, paso en Santa Mónica boulevard delante de un templo mormón enorme. A todo el mundo le pica la curiosidad saber qué hay dentro, pero todavía no he conocido a nadie que haya logrado penetrar en las instalaciones. En principio, sólo pueden entrar los miembros de esa religión. Como el buen hombre Iraquí-egipcio-americano-mormón-exmusulmán me quería vender el libro a toda costa, le propuse que si al comprar el libro, él me dejaría entrar en el templo-iglesia. Nanai. Me dijo que tenía que ser al menos durante un año un buen mormón para conocer ese paraíso espiritual.


Ese lugar de misterio mormón al que sólo acceden los elegidos


Como veía imposible entrar, le pregunté qué había tan interesante en el lugar si en realidad Dios es omnipresente para su religión. Me respondió que tenía razón pero que no podía ir y que simplemente había cosas maravillosas que era incapaz de describir.


Tras un buen rato hablando sobre sus prohibiciones: alcohol, café, tabaco o té, que son dañinas para el organismo, el mormón me dijo que me veía con cara de volverme mormón. Yo le dije que quizá. Que estoy en realidad buscando la religión verdadera y que me diera grandes razones para convencerme puesto que me iba a quitar la cerveza. Iba a ser muy feliz y conocer una muchacha mormona en el templo según él. 

Al igual que la mayoría de credos homófobos, le pregunté si era posible ser gay y ser admitido. Me dijo que no, que eso era del demonio y me aseguró que con la ayuda de la iglesia se puede reconducir. Luego tuvimos una discusión histórica sobre la homosexualidad y dónde el octogenario negaba que a Alejandro Magno le gustaran más los espartanos que las espartanas.


Durante la discusión “teológica” el hombre fue bajando el precio de su libro desde 20 pavos verdes a 10. El hombre tenía otros dos libros más bastante menos comerciales sobre la misa mormona y Abraham. En realidad lo que quería es vender el libro y que con ello hacer proselitismo pagado. Uno de sus capítulos interesantes, que no me quiso espoilear era cómo se había transformado de musulmán a mormón. El destino quería que el hombre fuese a abstemio. Pero no polígamo, que sólo lo hacen comunidades en Utah fuera de la iglesia mormona oficial.


Al final, el hombre me dijo que si me casaba con una mormona me mandaría los libros a Europa, para que se conociesen sus vivencias. Como me aseguró que no son muy golfas y no las puedes devolver con el tíket de compra antes del matrimonio, no encontré absolutamente ningún punto positivo para unirme a este credo. Ni un paraíso con vírgenes, ni beber cerveza, ni tomar Nestea. Hacerse mormón de momento no es lo mío, ni siquiera con un libro gratis. Al acabar la media hora de conversación el señor octogenario se pue con su propio pie, encorvado, con una energía que ya me gustaría tener yo a su edad.


Por si a alguno le han dado ganas de volverse mormón, comprar esos libros o simplemente le pica la curiosidad de cómo puede ser ese señor, he encontrado un vídeo en Youtube en el que curiosamente, publicita su libro.


Hasta la siguiente conversión de credo desde California!!!

1 comentario:

  1. Muy bueno, mormón por horas!! Genial historia. Empieza a pensar estrategias para colarte en el templo.

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