Tras dar la brasa con los disfraces frikis de EEUU, debo cumplir con lo prometido: dar cuenta de lo sucedido en la noche de los muertos.
West Hollywood, gente con pinturash |
A pesar de que a algunos no
les haga gracia la parafernalia de esta fecha tan señalada del
‘American Way of Life’, sin duda de las que he vivido hasta la fecha es la más espectacular y cercana a lo que un europeo medio consideraría montárselo bien.
Como
os podéis imaginar, las calles residenciales con chaletitos están
totalmente decoradas para la ocasión desde hace al menos un mes. Con
tumbas en el césped, calabazas a tutiplén y arañas con sus telas puestas
a veces con orden y estilo. En otras ocasiones se nota que los niños lo
han decorado o simplemente ha sido el marido.
Me hacía ilusión ver a los niños con sus cestitas naranjas limosnear unos dulces.
En realidad lo hacen solo en determinadas zonas y hasta entre tiendas
de centros comerciales. Van en principio por su cuenta, bajo la atenta
mirada a 50 metros de los padres que llevan a los más pequeños.
Una
de las historias que más me ha gustado que me han contado un par de
americanos sin nada en común, es que la noche de los caramelos en el
país de la obesidad, hay algunos malnacidos que pretenden hacer proselitismo de la comida sana.
Y en lugar de dar caramelos, dan manzanas o zanahorias. Vamos, como
predicar en un Gran Premio de F1 sobre los coches eléctricos o como
promocionar retiros espirituales en Salou después de exámenes.
Lógicamente, estos insensatos de la zanahoria como aperitivo de
Halloween reciben su particular venganza canalla a modo de lanzamiento
de papel higiénico u otro modus operandi que esté de moda en la zona.
Tuve
la fortuna de ser invitado a una casa a tomar algo antes de ir a la
fiesta del día 31. Por diversos motivos, no pude asistir a los
pertinentes festejos del finde precedente, que es en realidad, cuando se
festeja esta festividad.
Ahora
os imaginaréis, una casa con calabazas guays decoradas, cupcakes con
motivos tétricos y Cheetos Pandilla (que tienen fantasmas y
murciélagos). Nada más lejos de la realidad. Estuvimos un grupo de
peninsulares expatriados sin decoración ni ponche pero con vasos rojos y
música hortera. Como en casa.
Al rato fuimos a West Hollywood, el municipio invertido de LA, dónde se celebra una especie de Carnaval de Halloween donde cortan las calles y se llena de gente.
La
verdad es que no esperaba tal marabunta de gente. Por todos lados, con
disfraces divertidos, cutres, currados o con gayumbos enseñando cuerpo.
Obviamente empecé a piropear a los maromos más atléticos que se sentían profundamente halagados. Por desgracia, no me devolvían el halago.
Había
varios escenarios, con gente bailando y supuestamente bebiendo en la
calle. Se bebe más en un recreo de guardería que aquí en la calle. Mucha
gente. Mucha peluca. Mucho cuerpo californiano.
De
todos modos, las palabras más oídas durante la noche no fueron ni ‘bu’
ni susto, sino “Jodó”. Algo, que podría parecer maño pero era mexicano.
Había un tropel de unos 800 o 1.500 puestos callejeros con perritos
calientes con cebolla pochándose en cada esquina. Los Hot Dog, que en el
estado opresor español venderían birras frescas, tenían precios muy
acordes al estilo de los negocios capitalista, en función de la hora, te
los ofrecían a 5 o a 2 dólares. con mucha verdura y todos los puestos
iguales. Ninguno se arriesgó a probar con otra especialidad como
hamburguesas o tacos. El sindicato del ‘Jodó’ lo tiene todo copado.
En conclusión, Halloween es la fiesta americana más auténtica.
A falta de acción de gracias que es algo más familiar, sin duda me
quedo con esta. El hecho de que hubiera gran cantidad de personas en la
calle con buen rollo, me recordó las fiestas multitudinarias europeas.
PD:
Todos os preguntaréis de qué demonios me he disfrazado. Me disfracé de
cura. Uno, por homenaje a este país lleno de fans de Dios, que tanto
proselitismo de sus creencias hacen y dos por West Hollywood, un barrio
donde los sacerdotes católicos son especialmente tratados por su escasa
contribución a la sobrepoblación mundial (con la consecuente falta de
niños).
No.
Simplemente lo elegí porque era barato, de los cuatro que quedaban en
la tienda de disfraces a última hora y era bastante cómodo.Y me porté
bastante bien, no fui irreverente y mostré mis saludos a los seis ó
siete Papas disfrazados que me crucé durante la noche.
Para
dar otra nota de color a esta ‘crónica’ tan colorida, os debo contar
que mientras iba por la calle rumbo a la zona de jarana, nos cruzamos
con varios mexicanos que creyeron que era un sacerdote de verdad y se
santiguaron. Impresionante.
Hasta la siguiente desde West Hollywood!!
Qué envidia me has dado! Nunca lo había pensado pero mira, ahora me lo apunto como algo más que hacer en mi vida.
ResponderEliminarY cúrrate más el disfraz, hombre!
Gracias desconoocido. El año que viene me disfrazo sin falta de oso panda.
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