He estado un año contando mis venturas y desventuras vividas por un alavés en el sur de California. Por cosas de la vida, esta etapa llega a su fin. Sin duda la valoración de estos meses aquí es totalmente positiva, con altibajos, como cualquier fase de nuestra existencia. Como algún ágil lector atisbaba, el escrito de la semana pasada iba a ir acompañado de uno acaramelado y positivo.
Me he dejado demasiadas anécdotas y chascarrillos en el tintero. Como cuando fuimos a un concierto-cine al aire libre en el que Corey Feldman (actor infantil en los Goonies y que sale también en el vídeo del post de la semana pasada) hacía el ridículo cantando con dos mozas semidesnudas de buen ver disfrazadas de ángeles ( disfraz muy ad hoc para la ciudad). Parecía recién sacado del proyecto hombre, una parodia de una estrella de rock de los 80-90.
O cómo cruzando por Beverly Hills a veces me quedaba mirando los cochazos con los que me cruzaba y alguna viejilla absolutamente desconocida para mí me saludaba cómo si la conociera de toda la vida. También me he encontrado con actores de comedias españolas a la salida de un karaoke japonés y he visto a Aubrey Plaza (Parks and Recreation) sacándose fotos por la ciudad.
Demasiadas cosas raras durante este año angelino, en el que he notado el apoyo incondicional de los lectores a los que he intentado entretener. Mi pretensión era sencilla y clara: pasarlo bien escribiendo aquí y que la gente no dejara de leerlo por esperar un tostón profundo (que si me llego a poner así habría sido). A pesar de los altibajos, he sido bastante constante con 47 posts en una vuelta alrededor del sol.
En primer lugar quisiera expresar toda mi gratitud al señor iraní que me vendió la tarjeta de teléfono y mi primera bici en su tienda-bazar de Santa Mónica Boulevard. Con la bici conseguí ampliar los primeros meses mi radio de acción así como ampliar mi vida social. A través del teléfono he logrado tener grandes momentos que desearía compartir.
Durante los primeros meses, a cualquier hora del día me llamaban personas (no sabría distinguir el sexo por teléfono de esos seres sin nuez) desde Camboya preguntando y diciendo cosas en un maravilloso camboyano. Yo insistía. No cambodian. Pero por lo visto el antiguo dueño de este número o tenía una amplia vida social o más hijos que Julio Iglesias. Nunca lo sabremos.
Y la semana pasada antes de partir, este mágico número del prefijo 310 (del que muchos angelinos están orgullosos) me dió uno de los momentos más divertidos de mi vida. Es cierto que siempre me ha gustado vacilar bastante a los teleoperadores, sin embargo en este caso la realidad supera la ficción.
Resulta que andaba yo en la limusina de los pobres (mi bici) andando por la calle y me llaman para venderme algo. Cojo. No me entero de qué mierda me están intentando vender. Oigo cosas de viajes a Las Vegas, San Francisco, le digo al tipo que me repita. Sigo sin entender. Me explica que es asiático. Ya lo entiendo todo. Siempre me cuesta muchísimo comprender lo que dicen. Entonces se pone a hablar más despacio.
Le entiendo las palabras y me empieza a hacer preguntas personales. Como no me queda claro con qué me desea timar el ‘chinillo’ (o coreano o japo o lo que fuere) me pongo a mentir. Me pregunta si estoy casado. Le digo que tenía un marido (acaban de legalizar el matrimonio invertido hace pocos meses) pero que es complicado, que acabo de dejarlo o algo así. ( toda la conversación se realiza mientras pedaleo)
Me pregunta por mi edad: digo 45. Me piropea y me dice que parece mi voz más joven. Serán las gárgaras con whiskey de todas las mañanas. Entonces no sé cómo le digo que busco pareja. Él me contesta que es también de la otra acera y que también busca. Me propone una cita. El chinillo por lo visto tiene 34, mucha pluma y ganas de madurito. Dice que entre en su Facebook y que vea por si le gusto. Colgamos amablemente sin cerrarse nuestro ‘amor’. Detengo la bici y me pongo a reír solo como un loco en mitad de una oscura calle angelina.
Además, quisiera dar las gracias a todas las visitas. Ha sido un placer compartir con ustedes el tiempo que hemos tenido aquí y que me ha hecho menos solitaria la estancia en esta ‘no ciudad’. Siempre podremos volver a los karaokes japoneses de Little Osaka dónde más veces se ha invocado que nunca al dios de la lluvia.
Gracias a la tecnología estar lejos del viejo continente no ha sido tan duro. Los variados Skypes, blog de felicitación (con conejo incluído), mails desde otras partes del mundo y ‘guasaps’ con memeces variadas me han acercado los 9.000 kilómetros que me distanciaban con la tierra que me vio nacer aquella semana santa del 86 y de otros amig@s que incluso merodean más lejos que yo.
Por último, me gustaría destacar el papel de los expatriados desde la península. Han sido un gran apoyo. Y ellos lo saben. Nos hemos podido desahogar tranquilamente de nuestras desdichas y criticar aquello que hemos visto que nos ha exiliado, hecho emigrar, expulsado o lo que sea (el término siempre ha estado dentro de nuestros debates). Sin ellos el año me hubiese parecido eterno. Y gracias a sus ‘rides’ (que me llevaban en sus automóviles), he conocido cómo vive el angelino medio sin tener que agarrar un cordel para pedir las paradas de bus.
Y ahora un breve agradecimiento en inglés. Que se note que he mejorado mi guiri.
Thanks. One two three. One beer please. Have a good one. (Si sigo escribiendo voy a poner paja y es un idioma muy práctico en el que se nota enseguida lo superfluo)
Hasta siempre desde LAX
Es Sta Mónica, pero es más LA que muchos otros sitios |
PD: No descarto volver a la blogosfera si la vida me lleva a un lugar interesante con cosas que contar. Y aunque no sea muy interesante que al menos tengan costumbres diferentes y ridículas de las que nos podamos reír juntos.